Keiko lidera encuesta: entre la amnesia y la esperanza frustrada.
Por Leonardo Serrano Zapata
La democracia peruana parece un paciente con Alzheimer terminal. Estamos condenados a olvidar nuestro pasado reciente y a tropezar, una y otra vez, con la misma piedra. Una piedra que tiene nombre y apellido: Fujimori.
Al parecer, nunca será suficiente. La hija del autócrata repite el plato: sigue ahí, como un fantasma que se niega a abandonar la candidatura que la llevaría de regreso a la casa que en los 90 alguna vez habitó.
El segundo lugar lo ocupa Rafael López Aliaga, el “Porky” limeño, del partido político Renovación Popular: un empresario ultraconservador que gobierna Lima como si fuera su empresa privada. Su gestión municipal ha sido un monumento a la improvisación y al autoritarismo disfrazado de eficiencia. ¿Es este el tipo de liderazgo que necesita un país fracturado por la desigualdad?
Fuerza Popular, el partido que más daño le ha hecho a nuestra democracia y que sostiene la gestión de la presidenta Dina Boluarte, es hoy el que más posibilidades tiene de volver a gobernar. Mantiene un sólido 9 % de preferencias partidarias. Es como entregarle las llaves de tu casa a quien ya te robó una vez, con la esperanza de que esta vez cuide tus pertenencias.
¿Qué dice de nosotros este panorama? Nuestra democracia se ha convertido en un adicto que jura que "esta vez será diferente" mientras busca la misma sustancia que lo destruye. Los peruanos hemos normalizado lo inaceptable. Nos hemos acostumbrado tanto a la corrupción que ya ni siquiera nos escandaliza. Estamos como el sapo en la olla, tan adormecidos por el calor gradual que no percibimos que estamos a punto de hervir.
Nuestra política parece atrapada en esta dinámica: del autoritarismo a la inestabilidad democrática, de la derecha conservadora a experimentos populistas, para volver a empezar el ciclo. Cada oscilación nos deja más aturdidos, más cínicos, más dispuestos a aceptar lo inaceptable. ¿Hasta cuándo?
El problema no son solo estos candidatos. El problema somos nosotros, que los legitimamos con nuestros votos, que normalizamos la mediocridad, que nos conformamos con elegir "al menos peor". El 2026 está a la vuelta de la esquina. Tenemos menos de un año para despertar, para exigir más, para recordar. La elección es nuestra. Y el tiempo se acaba.
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