Todos contra los “caviares”
Por Leonardo Serrano Zapata.
Ayer, el exministro de Justicia Juan José Santiváñez soltó una de esas
frases que buena parte de los líderes de derecha repiten, esta vez matizó: “Los
caviares se han enriquecido a costa del país”. La pregunta es quiénes son
los que se han enriquecido, cómo se llaman, por qué no los acusan de
organización criminal. ¿tanto poder tienen que desde la sombra operan con total
impunidad?
Sin nombres, sin rostros, sin datos concretos, la denuncia de Santiváñez se
convierte en humo. Y el humo no gana elecciones. No construye narrativas
sólidas. No genera consecuencias políticas reales. Hablar de la “izquierda”, “los
progres” o “los caviares”. Sin hablar de personas específicas. Hay una
regla que la derecha no entiende. El enemigo o adversario político tiene que
tener nombre y apellido. Tiene que tener cara. Tiene que ser alguien a quien la
gente pueda señalar y decir: “a ese lo conozco” por lo tanto puedo o no
simpatizar.
Empecemos por lo obvio: sí, los ‘caviares’ existen. Pero ¿dónde trabajan?
¿Son funcionarios enquistados en ministerios? ¿Son operadores en ONGs?
¿Periodistas con incómodas columnas de opinión? ¿Docentes universitarios con
críticas disruptivas desde las aulas? ¿Youtubers que incomodan o entretienen?
¿O profesionales de las ciencias sociales insertos en consultorías
internacionales? La paradoja es que, pese a su influencia atribuida en la
política peruana, Juan José Santivañez —exministro de Justicia e Interior— no
ha podido precisar quiénes son en esos sectores clave.
El problema no es que no existan. El problema es que la derecha peruana los
convirtió en un enemigo abstracto, difuso, sin rostro. Y eso, en política, es
un error. Porque cuando dices “los caviares se han enriquecido”, ¿de quién
estás hablando exactamente? ¿De qué caviares? ¿Cuáles? ¿Dónde viven? ¿Cómo se
llaman? ¿Qué contratos públicos obtuvieron? ¿Cuánto ganaron? ¿Por qué no están
denunciados por enriquecimiento ilícito?
El politólogo Eduardo Dargent autor del libro titulado Caviar,
donde hace la pregunta que debería ser obvia: “¿Quién o qué demonios es un
caviar? ¿Existen?” Y la respuesta de Dargent es interesante: sí existen, pero
no como bloque monolítico. Existen como individuos con contradicciones, con
matices, con posiciones diversas. El problema es que la derecha los agrupa a
todos en una masa indistinguible, como si fueran intercambiables. Eso no es
estrategia política. Eso es pereza intelectual.
Y así la derecha no va a ganar una elección. ¿Por qué los asesores
políticos no les dicen eso? ¿o son caviares infiltrados que los aconsejan para
que la derecha pierda la elección?
Dargent también señala algo crucial: el poder real de estos “caviares” es
mucho más limitado de lo que la derecha cree. No controlan el Estado, no
manejan los medios masivos, no tienen las grandes empresas. Tienen influencia
en ciertos espacios —sí—, pero dista mucho de ser el poder absoluto que les
atribuyen.
Si se acepta la premisa de que los ‘caviares’ son funcionarios enquistados
en ministerios con capacidad de operar políticamente, podría afirmarse que
también han contribuido a la proyección de actores que luego se convirtieron en
presidentes. Alberto Fujimori venciendo a Vargas Llosa, Alejandro Toledo y PPK
surgieron de un entorno asociados al mundo “caviar”, mientras que Pedro
Castillo emergió del sindicalismo magisterial tras la huelga de 2017, ¿Todo
fabricado por los caviares? Más que fabricar presidentes, los ‘caviares’
parecen tener la habilidad de legitimar narrativas o dejar crecer liderazgos
que terminan capitalizando el descontento social. ¿Los caviares están en todos
lados?
Podría suponerse que los ‘caviares’ son funcionarios nombrados o contratados
enquistados en ministerios que, en el caso de Educación, han operado para
desestabilizar a ministros: con Marilú Martens, la huelga de Pedro Castillo;
con Flor Pablo, el caso de los textos escolares con un enlace web con contenido
sexual; y con Morgan Quero, las denuncias de violencia sexual en Condorcanqui
que durante ocho años y al menos diez ministros— nunca se puso en agenda, a pesar de las alertas, pese a que datan de
más de una década. Tras hacerse público, hasta el momento el Minedu ha separado
a más de dos mil docentes condenados o procesados por delitos graves.
Políticos de derecha, dígannos a los peruanos quién trabajó en qué ONG o
ministerio, cuánto cobró, qué contratos obtuvo con el Estado, qué conflictos de
interés tuvo. Armen el caso con nombres propios. O quien lo hace también es
“caviar”. Expongan las contradicciones entre agenda y actos. Un caso
ilustrativo es el de Rosemary Pioc Tenazoa, quien públicamente se presenta como
defensora de los estudiantes awajún en la zona de Condorcanqui (Amazonas), pero
en la práctica no duda en reunirse con docentes que enfrentan denuncias por
violencia sexual, como el encuentro que sostuvo en julio pasado con la
directora de UNESCO Perú, Guiomar Alonso Cano. Estas incoherencias revelan cómo
agendas sociales que se presentan como progresistas pueden terminar tolerando,
prácticas que vulneran los derechos que dicen proteger.
Recordemos que, en Argentina, Milei no ganó diciendo “la casta política” sin
más. Señaló con nombre y apellido a políticos específicos, sus sueldos, sus
privilegios. Hizo que la gente pudiera ponerle cara al enemigo. Si tu enemigo
es abstracto haces ruido, gastas munición, pero no le das a nada. A todos los
que señalan y usan la palabra “caviar” le decimos, señalen nombres. De no
hacerlo simplemente se convierte en etiqueta para solo señalar al que te
resulta incómodo. ¿Eres periodista independiente y críticas al gobierno? Te
dicen caviar. ¿Eres académico y defiendes el Estado de derecho? Caviar.
¿Simplemente no te gusta el autoritarismo? Caviar también. Si de verdad quieren
combatir a “los caviares” —y asumo que sí quieren, porque no hablan de otra
cosa— entonces háganlo bien. Dejen de pelear contra fantasmas y empiecen a
señalar personas concretas.
La derecha sigue sin poder construir un proyecto político coherente más allá
del resentimiento contra los “caviares”. Intentando decirnos que somos “todos
contra los caviares”. En política, pelear contra sombras no sirve de nada. Si
quieres derrotar a tu enemigo, señálalo. Hazlo pagar un precio político real. O
sigan como están, disparando al aire y preguntándose por qué nunca le dan al
blanco. Pero no se quejen si después se dan cuenta que le están haciendo la
campaña a otros. Porque a esta altura, perder no es fraude electoral. Es
incompetencia.
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